lunes, 17 de junio de 2019

WALK

¿Sabes para qué sirve ser buena gente? Para nada. Ni siquiera para epitafio en la tumba. Sólo interesa el día que naciste y el que falleciste. Eso sí, con flores de plástico y el nicho bien limpio para que los visitantes vean que alguien se preocupa por ti después de muerto.

Ser buena gente es aburrido y vacío. Al final de la carrera, y a veces en medio de ella, no tienes nada más que esa frase horrible: "Qué buena persona. De bueno, tonto." ¿Habrá algo más deprimente que haber sido tonto toda tu puta vida? Sí, la verdad, simpático igual es peor.

Sonríes mucho, porque no queda otra. Te gustaría tener un cuerpo de escándalo, pero la genética no hizo bien el trabajo y eres tan bueno, que no robas tiempo a los tuyos para irte al gimnasio y ponerte cachas. Ni gastas en cremas, primero ellos. Ni compras ropa sexy, no es cómoda ni práctica para atender todo. No follas con quien te apetece porque tienes una mierda de valores o principios que capan el deseo y te reprendes por haberlo pensado. Es que eres buena gente, aunque se te amargue la vida con tus relaciones, sean del tipo que sean. Primero soltar, luego agarrar. Como si alguien más pensara en eso.

Qué bien, eres transparente, das confianza, qué sincero, se te ve venir... menudo suicidio emocional. ¿Cuántas personas hay así? Las habrá, pero pocas. Es más fácil ganar una lotería, que encontrar a alguien así y menos que te acompañe siempre.

Al final lo que te viene a la cabeza son unas ganas profundas de cambiar el chip. De dejar de ser bueno y simpático. Total... Los malos y las malas se mueven en terrenos divertidos, puede que superficiales, pero divertidos, donde los buenos no tienen acceso cuando ya llevan la etiqueta de buenos.

¿Qué siente la buena gente? ¿Le importa a alguien? Sinceramente, creo que no. Molestan poco, eso sí.



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